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Por Blanca de Lizaur, PhD, MA, BA, Especialista en contenidos.

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Para las audiencias Revista

A PROPÓSITO DE LA CENICIENTA…

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¿Televisión nacional o extranjera?

             El otro día me comentaba una amiga, que su intelectual marido le había prohibido ver telenovelas mexicanas –“tiene razón”, me dijo, “todas son ‘cenicientas’”–. Sin embargo, él no se opone a que vea todos y cada uno de los capítulos de La niñera (Nanny Fine)…

Tal afirmación merece un estudio especial, porque parte de prejuicios fuertemente arraigados en nuestra sociedad. La niñera, finalmente, es también una adaptación de La Cenicienta, pero con una enorme diferencia: Mientras que en María la del barrio, La usurpadora, y otras obras semejantes producidas en México, vemos a la protagonista en un momento dado tomando clases y puliéndose (aunque sea a velocidad de rayo) –lo que invita al publico a estudiar, a educarse, a trabajar por su superación personal, a refinarse para merecer el ascenso social–, en La niñera se invita al público a gozarse en la vulgaridad, porque ella hace “simpático” al personaje, y le consigue lo que quiere.

La “Señorita Fine” logra casarse con el patrón, sin haber intentado siquiera mejorar un poco como persona. Cuando la hermana de él le dice, en vísperas de la boda, que “las clases sociales no deben mezclarse”, la niñera no tiene más manera de defenderse que asegurar que los choferes y las niñeras son muy buenos en la cama (diálogo transmitido precisamente durante el capítulo de la boda) –algo que debería hacernos pensar antes de proponerla como modelo a nuestra juventud–.

La movilidad social no sólo es posible, sino que es además necesaria, pero debe ser la lógica consecuencia de la superación de la persona como tal (y no por su utilidad como objeto sexual). A la larga, una movilidad social que recompense el sano crecimiento personal, producirá una patria mejor para todos.

Entre las características positivas de nuestro pueblo, está el gran ansia de superación que lo ha llevado a invertir lo que tiene (y a veces lo que no tiene) en “tomar clases”.

Cuando di lecciones de español a extranjeros descubrí, por el contrario, que muchos estadounidenses cotizan sus ansias de superación solamente en dólares y centavos, y ven a la universidad como un cheque que les producirá efectivo a corto o mediano plazo, y no como un escalón en la escalera del mejoramiento personal.

Hasta donde yo puedo darme cuenta, muchos de nuestros vecinos del norte (no todos ya que, naturalmente, las excepciones abundan) miden su éxito por lo que pagan por una mercancía, más que por el buen gusto, eficiencia y economía, con el que supieron llenar una necesidad. –parece importarles más el «cuánto tienes» que el «cuánto vales»–. Tengo la impresión de que el concepto de buen gusto, para muchos de ellos -no para todos, insisto-, se traduce en no sentarse sin camisa a comer.

El saber emplear los cubiertos  les importa muy poco; mascar chicle con la boca abierta, es para muchos de ellos lo normal, incluso en momentos solemnes y ámbitos públicos «de respeto» como puede ser una ceremonia oficial o un templo religioso. Tratar con respeto a una dama es, desde el punto de vista de muchos de ellos (universitarios incluidos), ¡discriminarla…!

Como estudiantes, a media lección, los hay que eructan estruendosamente, con las piernas abiertas extendidas sobre la silla de adelante, mientras comen abierta y ruidosamente una hamburguesa y un refresco con gas. Ni siquiera hacen el intento de adaptar las horas de sus comidas a las de nuestro país, así lleven aquí un par de años, o así planeen convertirse –como una alumna que tuve– en “embajadora de su país en México” (esto, dicho, mientras hacía una enorme bomba con la goma de mascar). Otro se empeñaba en tocar, sobar y abrazar a todo el mundo (yo incluida), “porque en México somos muy tocones” (explicación que me dio cuando amablemente me quité su mano del brazo, y le señalé que era un poco “invasivo” para nuestra cultura).

Indudablemente, también hay un gran número de gente así en nuestro país –y en todos los países, PERO no se puede decir que nuestra sociedad los vea como modelos ideales y deseables de comportamiento…

Todas éstas son diferencias culturales muy respetables y sutiles, sí; pero importantes, que saltan a la vista cuando estudiamos lo que los “medios” de comunicación de ambos países producen. Diferencias, además, que me llevan a asegurar que es mejor (de acuerdo con nuestra cultura) ver una telenovela mexicana promedio –así sea una cenicienta más–, que La niñera (y, ¿qué decir de muchas de las caricaturas japonesas que están importando nuestras televisoras, y que exaltan la violencia gratuita…?).  Diferencias que nos permiten concluir que, para cada sociedad y cultura dadas, sus propios productos culturales son -o habrían de ser- superiores a los ajenos, precisamente por los valores, ideas y creencias que cada uno maneja (y que en los locales, deberían ser más afines a los del público, naturalmente).

Cabe señalar que buena parte del éxito de La niñera, es resultado de que las televisoras mexicanas, en los últimos dos años y medio, no han producido ninguna comedia familiar narrativa de calidad (sit-com, en el argot de los “medios”). ¿Por qué no resucitan Papá soltero, o cualquiera de las otras que han competido con éxito con fenómenos como “la nana Fine”? ¿Por qué no hacen una adaptación de La niñera a nuestra cultura?

Invito a todos los lectores a escribir a las televisoras para sugerirles ideas de programas de este tipo. Quizás así se den cuenta, de que han descuidado su programación, y por lo tanto a su público.  Nosotros.

Fuente de la ilustración: Banco de imágenes DreamsTime.com (© Lunamarina)

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ARTÍCULO PUBLICADO ORIGINALMENTE EN

(DATOS BIBLIOGRÁFICOS/HEMEROGRÁFICOS/VIDEOGRÁFICOS DE LA FUENTE):

Blanca de Lizaur; “¿Televisión nacional o extranjera?: A propósito de la Cenicienta”, en Humanidades de la UNAM # 168 [1998], págs. 31 y 22.

Actualmente disponible en (repositorio):  http://www.mejoresmedios.org

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