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Por Blanca de Lizaur, PhD, MA, BA, Especialista en contenidos.

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Para gente de medios Para: Revista

¿Leen? …NO ES CULPA SUYA, SINO DEL QUE LOS HIZO COMPADRES…

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Defensa de historietas, revistas y novelas «comerciales»

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I– PERO… ¿QUÉ, LOS JÓVENES LEEN?

─Pero, ¿qué, los jóvenes no leen?─, me pregunté al estudiar el cartel colocado en las paredes de una estación del metro, que invitaba a los jóvenes a leer. Ahora que, debo confesarlo, docenas de incipientes adultos caminaban a mi lado sin detenerse a leer ¡no a Shakespeare ni a Cervantes, por Dios!, sino un simple tablero de avisos.

─Pero, ¿qué, el resto de la gente lee?─, me cuestioné; para a continuación responderme yo misma, recordando los resultados de una encuesta, publicados en fecha aún cercana por un diario nacional (El Heraldo de México; 30 de septiembre de 1991).

Pues sí: A pesar de los tristes augurios que durante años han vertido un amargo torrente de fatalismo sobre el previsto destino de nuestra sociedad, la mayor parte de los encuestados respondió que acostumbra leer (nada menos que un increíble 83 %).          Este resultado, sin embargo, no deja de asombrar incluso al más optimista; pues, aún sin asumir posturas extremistas, todos nos percatamos de que «algo» está ocurriendo en el campo de la lectura.

Cuando hablamos de material de lectura, se hace necesario distinguir entre las distintas obras que el mercado ofrece al posible lector, pues ─en general─ casi todos estamos dispuestos a reconocer que no es lo mismo leer El Laberinto de la soledad, que La Chimoltrufia.

Por necesidad ─dado que el espacio es limitado─, no entraremos aquí en explicaciones detalladas que nos envolverían en discusiones técnicas de corte bizantino. Nos limitaremos a asignar, a cada grupo-extremo, un nombre que nos permita distinguirlo del otro (imagen que ya después corregiremos). Así, El Laberinto de la soledad, del premio Nobel mexicano, representará a la literatura «culta» o «de élite» ─a la cual suele darse el nombre de «literatura, propiamente dicha»─; mientras que La Chimoltrufia representará a las literaturas marginadas por los eruditos, y que usualmente son designadas por nombres tales como paraliteraturas, subliteraturas, y contraliteraturas. A éstas últimas, precisamente, las llamaremos «literaturas marginadas» (María Cruz García de Enterría; Literaturas marginadas; Madrid, Playor, 1983; pág. 7).

No obstante que hacemos esta distinción para facilitar el estudio de las obras de lectura, no sería fácil sostenerla como dicotomía tajante si intentásemos clasificarlas ─todas─ una por una. Por lo mismo, y para el propósito que nos ocupa, las consideraremos distribuidas gradualmente a lo largo de un spectrum (o gama), en el cual la diferencia se percibe claramente solamente al comparar los extremos.

Una vez aclarado el punto anterior, conviene retomar la pregunta que habíamos dejado sin respuesta: ¿Qué está leyendo la gente?; y, particulamente, ¿qué están leyendo los jóvenes?

Citando la encuesta antes mencionada, nos encontramos con que, si bien el 64 % de los entrevistados pudo nombrar cuando menos una historieta, el 90 % no pudo nombrar ninguna obra de Octavio Paz.

Tales resultados, desde luego, no resultarían representativos si no pudiéramos verificarlos al compararlos con los obtenidos de otras fuentes. Mas podemos corroborarlos de manera relativamente fidedigna por medio del análisis de los tirajes, dado que éstos reflejan la existencia y la magnitud de un público lector (particularmente en las obras consideradas como «comerciales»).

De esta manera descubrimos que las ediciones de los «grandes» ─y no tan grandes─ autores de la «élite culta», ven constreñidos sus tirajes promedio a no más de 3,000 ejemplares por título y edición ─tiraje que periódicamente es superado por más de 120 revistas diferentes, de las que encontramos en los puestos de periódicos (Tarifas y datos de los medios impresos # 1991-2 [mayo-agosto de 1991]; págs. 147 a 192, como todas las demás cifras que listaremos en este artículo)─.

Consideremos que la revista Eres, dirigida exclusivamente al público juvenil ─es decir, tan sólo a un segmento de la sociedad─, publica 650,000 ejemplares mensuales; y la revista TVyNovelas alcanza casi el millón catorcenal. Un sólo título de las literaturas marginadas, El Libro Vaquero, logra publicar dos millones de ejemplares cada semana, para constituirse así en la obra de mayor tiraje en México.

La diferencia corta el aliento de cualquiera; pero ¡alegrémonos!: la letra impresa, si bien bajo el calificativo de «literaturas marginadas», forma parte de la vida diaria de la gente, y ─por lo tanto─ de la vida diaria de nuestra atribulada juventud.

Mas, ¿por qué bajo ese título?

II- SOBREVIVIENDO AL MUNDO DEL FUTURO

            Varias razones hay que coadyuvan a fomentar la lectura de las obras de las literaturas marginadas ─en particular de la popular─, por encima de las de su contraparte: A parte de tener un costo más accesible para la generalidad de los bolsillos, las literaturas marginadas son preferidas ─creo yo─, por causa de su más fácil lectura.

La lectura requiere un cierto dominio motriz, el cuál se obtiene tan sólo después de un largo y constante entrenamiento. No es difícil recordar el momento en el que cada uno de nosotros aprendió a leer:

M + A = / ma /

PERO:

A + M = / am /

            Al principio todos leíamos letra por letra. En el momento en que nuestros ojos las veían, las letras debían «llamar» en nuestra mente los sonidos que representaban:

M = / m /

A = / a /

Ñ = / ñ /

A = / a /

N = / n /

A = / a /

            Éstos, una vez enlazados entre sí: / ma-ÑA-na /, debían ser codificados como ideas (¡Ah: «mañana»!), que unidas conformaban un pensamiento particular (¡mañana llega mamá!); mismo que, posteriormente, era analizado como mensaje.

Cuesta un cierto esfuerzo y un largo tiempo el que todo este complicado proceso de codificación, descodificación y análisis se vuelva automático. Mas después de haber invertido en él las suficientes horas (varios miles, diría yo), la persona está lista para reconocer las palabras, ya no letra por letra, sino como pictogramas cuya sola vista trae a la mente, además del objeto representado, la serie de posibilidades de enlace y significación del mismo dentro de la estructura del discurso («gato» = puede referirse a un animal doméstico, pero también puede ser o un término despectivo, o un aparatejo que nos permite levantar el coche cuando se hace necesario cambiar una rueda).

Mientras el lector no alcanza este nivel de habilidad, el proceso resulta engorroso; pero después… la lectura se convierte en un placer, en un reto, y ─en ocasiones─ hasta en una adicción. Es triste que, quienes llegan a una facultad a estudiar periodismo, comunicaciones o letras por el amor a ellas que este tipo de obras ha ayudado a nacer, sean obligados ─al menos en público─ a renegar de aquello que los llevó hasta ahí.

Difícilmente llegará una persona a vivir la gloria de la lectura, si le complicamos el ya difícil proceso de aprendizaje de la misma, o si se lo volvemos desagradable. ¿Cabe, pues, extrañarnos de que cada uno de nosotros haya consumido tantas historietas, revistas, y novelas de ciencia ficción, de aventuras y amor, antes de empezar a deleitarse con autores de mayor «abolengo» cultural?

Para muchos ─todos aquellos que carecen de la preparación requerida para apreciar otras diferencias─, el principal factor que en nuestro siglo separa a la literatura «culta» de la popular, es la misma que distingue a los pesimistas de los optimistas. De ahí la importancia que cobra el «final feliz» en las obras leídas por la mayoría de la gente. Mas, ¿debe esto extrañarnos cuando los jóvenes nos vemos forzados a vivir en un mundo como el actual?

Los jóvenes navegamos hoy en el confuso mar de una vida diaria no cotidiana, sino cambiante; en medio de relaciones interpersonales más dolorosas que comprensivas; de una familia en proceso de redefinición; de valores en proceso de purificación; de estereotipos en proceso de reanálisis; de modelos culturales, sociales y económicos en constante y vertiginosa desintegración; y carecemos del consuelo de quienes se criaron en una sociedad claramente ordenada y jerarquizada, que enseñaba y vivía valores claramente identificados.

Sobrevivir se ha vuelto complicado: Recordemos tan sólo los últimos sucesos de la historia. Ante el vertiginoso variar de la sociedad, nada parece firme. Nos vemos empujados por las olas de los cambios, sin encontar un madero que nos sostenga en este mar tormentoso.

La literatura popular no sólo nos ofrece una oportunidad de evasión por la que desahogar nuestra inseguridad y nuestro miedo; sino que hemos creído encontrar en ella un reflejo de la sociedad verdaderamente útil (pues de ella obtenemos «parangones» ─estereotipos que imitar para saber qué hacer ante cada circunstancia, de acuerdo con la cultura en la que nos desenvolvemos─). Aún más: El sólo reflejo de la sociedad que nos aporta, nos permite ubicarnos, comparar nuestra situación con la de otros ─muchas veces favorablemente, dado que vista desde afuera, ofrece luces que no siempre se descubren desde su interior─, fijarnos metas, y animarnos a alcanzarlas. La influencia de esta literatura como escuela de comportamiento ha sido estudiada profundamente. Tal vez ha llegado la hora de emplearla éticamente, con responsabilidad, con amor a todos los segmentos de nuestra sociedad ─retransmitiéndoles la cultura y los valores, ideas y creencias que para ellos, de manera mayoritaria, son importantes, y no los de distintos grupos de interés, los de ciertas minorías intelectuales, o incluso los de los anunciantes…─.

Es cierto que la literatura «culta» también pretende reflejar a la sociedad; pero a juzgar por las preferencias de lectura mencionadas, parece que la juventud no encuentra en los «grandes» autores los mismos incentivos. Y no es difícil comprenderlo: Después de todo, ¿quién de nosotros buscaría a un pesimista para hacerle compañía en un rato de duda, cansancio o soledad?

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Fuente de la ilustración: Banco de imágenes DreamsTime.com (© Yuri Arcurs)

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ARTÍCULO PUBLICADO ORIGINALMENTE EN

(DATOS BIBLIOGRÁFICOS/HEMEROGRÁFICOS/VIDEOGRÁFICOS DE LA FUENTE):

Blanca de Lizaur; «Defensa de historietas, revistas y novelas ‘comerciales’ I: ‘Pero, ¿qué, los jóvenes leen?'», # 82, págs. 24 (contraportada) y 19;  y «Defensa de historietas, revistas y novelas ‘comerciales’ II: ‘Sobreviviendo al mundo del futuro'», en Humanidades de la UNAM # 83 [1994], págs. 1 (portada) y 7.

Actualmente disponible en (repositorio):  http://www.mejoresmedios.org

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