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Por Blanca de Lizaur, PhD, MA, BA, Especialista en contenidos.

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Para todos Para: Revista

LA CÁNDIDA LETRA-IMPRESA y su olvido de “lo normal”…

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Una historia increíble y cierta.

– I –

a) Tengo entendido que hace muchos años, la Secretaría de Educación Pública quiso medir qué tan “inteligentes” eran las etnias indígenas de nuestro país. Para ello, aplicó “tests” –exámenes escritos–, en español, a amplias muestras de la población indígena de nuestro país.

El resultado no pudo ser más desalentador: Según los “expertos”, nuestros indígenas podían ser considerados, mayoritariamente, como débiles mentales…Las autoridades acallaron aquella “vergüenza”, aceptando –en su interior– el doloroso resultado, pero sin entender su fracaso. La Revolución Mexicana había enarbolado el estandarte de las tradiciones populares y de la cultura indígena, y publicar aquello habría puesto en evidencia al México Revolucionario.
b) Hoy sabemos que no fue culpa de los indígenas, sino de los que aplicaron los exámenes. Para empezar, los “tests” estaban redactados en español… –lengua que, o desconocían, o no dominaban los examinados–. Y luego, ¿cómo iban a escribir sus respuestas, si eran gente, o de “pocas letras”, o de ninguna? Podían contestar oralmente, pero no por escrito.

Aún así, y aunque el Gobierno se hubiera tomado la molestia de traducir las “baterías de tests” a cada una de las principales lenguas indígenas, y aunque hubieran sido aplicadas “oralmente”, el resultado habría sido parecido. ¿Por qué?

Porque los exámenes medían un tipo de inteligencia que una cultura oral ni valora ni conoce, y que por ende no desarrolla: La inteligencia configurada por la letra impresa, y modelada por el sistema de escolarización que prima en Occidente desde fines del Medioevo. Pero no se trata del único tipo de inteligencia que existe. Y cultivarlo, de hecho, lleva a la pérdida paulatina de otras habilidades, que también benefician al ser humano.

– II –

Claro que necesitamos ejemplos, para que esto tenga sentido.

a) En diversos estudios científicos, se ha descubierto que la gente que no conoce las letras, tiene una manera de procesar la información diversa de la nuestra (de la que tenemos los que hemos pasado años en un aula escolar, “re-formando” nuestra mente). Ellos, de hecho, no hablan de algo tan abstracto y frío como la “información”, sino que hablan del “saber”, y aspiran a la “sabiduría”, más que al “genio”.

Los últimos campesinos auténticamente iletrados (esto es: que desconocían incluso que las letras existieran), no sabían lo que era una “definición”, ni entendían para qué servía. Cuando se les pedía que dijeran qué era un árbol, llevaban al investigador delante de uno, para que él mismo lo viera con sus propios ojos… El investigador era para ellos un “tonto”, que si preguntaba –lógicamente– , ¡era porque no sabía lo que un árbol era!

Cuando se les mostraba una figura geométrica (pongamos por caso: un círculo), y se les preguntaba qué era, los campesinos de cultura oral, contestaban que “una cazuela”, o “una luna llena”, o “la cara de mi madre cuando está contenta”. Es decir: Contestaban nombrando algún objeto o ser, que era parte de su vida –conocerlo era útil para sobrevivir–. El saber abstracto (“círculo”) no les servía para nada.

b) El saber acumulado por la comunidad, es una riqueza que ha probado su utilidad para la sobrevivencia del grupo. Pero cuando no se tiene letras, siempre se está en riesgo de perder ese saber. De ahí que una comunidad oral produzca proverbios (dichos, máximas, refranes), y valore el aprendérselos de memoria.

Y como no todo el saber se puede “encapsular” de esa manera, la comunidad oral genera cuentos (narraciones) que lo dotan de un contexto vivencial para así poder almacenarlo de manera que –por asociación de ideas–, lo puedan “recuperar” cuando haga falta –además de que lo hacen fácil de recordar–. Los personajes ambiguos, les “tienen muy sin cuidado”; los prefieren bien dibujaditos –también para que sean fáciles de recordar; pero sobre todo para que sea fácil descodificar el saber sobre la vida que cada personaje contiene: Para que lo que tanto les costó a todos descubrir, se aprenda “fácil”, y no se pierda–.

Su saber, de hecho, abunda en herramientas y fórmulas (como el uso de tópicos y estereotipos), que faciliten la permanencia y estabilidad de esos datos en la comunidad.

c) Para una persona de cultura oral, eso de que hay seres y cosas que no podemos ver, es evidente: La palabra –el hablar– es la base de su mundo, y ellos no la pueden ver. Para ellos, hay siempre algo de mágico en la palabra hablada, que “cambia a los corazones”, y “hace que sucedan cosas”. Para una persona de cultura oral, el habla es un acontecimiento, es algo especial, y no un objeto cuantificable y manipulable (como lo sería uno de nuestros textos). Por eso su mente está más abierta a lo que no es material, que la nuestra.

Y por eso, también, la importancia del “otro”: Uno no le habla al aire, sino a las personas. Un texto, por el contrario, puede no “hablarle a nadie” nunca –puede no ser leído nunca—.

Una narración dirigida a la comunidad, refleja lo que es el consenso comunitario sobre la vida; un texto dice lo que el autor quiere. Grosso modo, claro está –hay casos, y casos…–. Y a esto sumemos el que el leer el texto, es algo que hacemos solos –leer nos aísla de los demás, pues se trata de una actividad “solipsista”, que por lo mismo fomenta el individualismo–.

El sacar el saber del interior de la persona, el cosificarlo en un texto, ha permitido también despersonalizarlo, ha reducido enormemente su carga simbólica (resultado generalmente de la relación de la comunidad con la divinidad, y con la naturaleza), y ha despreciado los mecanismos de equilibrio de que la sociedad dota a la narración, como el final “feliz” –es decir: el final que da a cada personaje, lo que éste ha merecido por sus acciones, de acuerdo con la visión del mundo y la experiencia de la comunidad–.

d) Las culturas orales privilegian lo aprendido por el oído o vivencialmente, mientras que, para los que hemos aprendido a leer y a escribir, lo que aprendemos por la vista (pero leído), es más importante. De ahí ese extraño prejuicio que nos hace creernos todo lo que está impreso, como si fuera salido de la boca divina. Y que nos hace creer que el progreso de un pueblo se mide en función únicamente de su alfabetización…

Walter Ong (el experto “número 1” de las diferencias entre oralidad y escritura) muestra cómo, la difusión de la letra impresa, y de la escolarización basada en ella, ha permitido el desarrollo de la ciencia moderna –sí–, pero también el desarrollo del individualismo rampante, y del materialismo reduccionista, que en sus casos más extremos está destruyendo al mundo contemporáneo. La letra ha mermado el aprecio de la gente instruida, hacia lo colectivo, lo simbólico, y lo inmaterial…

e) A mí, lo que me resulta más asombroso, es la sobrevaloración de lo racional, por encima de lo afectivo, que suele acompañar a la letra impresa –con su consiguiente reacción en contra, de estilo Romántico, que objetivamente es también ineficiente, ya que no aprovecha aquellas herramientas que permiten a la comunidad oral, contener lo afectivo en su debido cauce, supeditándolo a lo bueno,  lo verdadero y lo bello–.

Antiguamente, sin embargo, se valoraba la capacidad de “conocer el corazón de las personas”, de calibrar el carácter de alguien, con sólo verlo y oírlo hablar. ¿Quién pedía “papeles” a un muchacho que solicitaba trabajo como jardinero? Esa capacidad, que en el Medioevo llamaban “discreción”, era considerada una de las “potencias” del sentimiento, en oposición a la “razón”, que era una de las capacidades (“potencias”) del pensamiento –la cual se ocupaba de cuestiones filosóficas y matemáticas, pero no vivenciales–.

De ahí viene aquello de “actuar a discreción” (es decir: usando nuestro criterio, nuestra capacidad de formar juicios sobre la vida, nuestra experiencia e intuición, además de nuestro saber).

Pero hoy, ¿quién osaría contratar a alguien, o confiar en una persona, sin pedirle una cierta cantidad de papeles impresos?

– III –

¿Por qué hablar ahora de esto?

Porque debemos mucho y bueno a la letra impresa, que no debemos perder. Pero no debemos de permitir que nos haga olvidar cosas que también son muy importantes, como el valor del “otro”, del diálogo, de lo colectivo/social, de lo afectivo, y en general de todo lo que no sea material. “La boca habla de lo que desborda del corazón”.

Porque, aunque debemos muchas de las grandes obras literarias a la letra impresa y al tipo de mente que ésta desarrolla, también es cierto que sus prejuicios nos han hecho olvidar cosas tan evidentes como el que la literatura, no forzosamente tiene que estar escrita (grandes obras como la Ilíada y la Odisea, no fueron puestas por escrito sino hasta siglos después de que fueron creadas).

Un prejuicio como éste, nos impide entender las obras creadas por culturas iletradas, así como aquellas que los “medios de comunicación” han transmitido en las últimas décadas. Y está condenando al aislamiento, a la desfuncionalización, y al hambre paulatinos, a los “escritores cultos” y a los estudiosos de la literatura «culta» (de élite), primero, y poco a poco también a los de la literatura popular, comercial.

Y porque ahora que se habla de derechos y deberes indígenas, es necesario que ambas partes nos esforcemos por entendernos y respetarnos, por valorarnosasí como somos. Por entender cómo procesamos la información y tomamos decisiones.

Pero sin pretender imponerle a un tercero –a la sociedad entera–, los postulados políticos y las ambiciones personales de los líderes de uno y otro bando.

Porque, ¡caray!, si ellos merecen respeto, ¿qué, los demás, no?

Fuentes del artículo:

Walter Ong, Oralidad y escritura: Tecnologías de la palabra (Fondo de Cultura Económica, 1987), y [Petrus] Ramus, method and the decay of dialogue: From the art of discourse to the art of reason Cambridge, MA., Harvard University Press, 1958).

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Esta ilustración acompañó la versión de este artículo, que fue publicada por el periódico El Rotativo de la Univ. de San Pablo-CEU, España.

ARTÍCULO PUBLICADO ORIGINALMENTE EN

(DATOS BIBLIOGRÁFICOS/HEMEROGRÁFICOS/VIDEOGRÁFICOS DE LA FUENTE):

Blanca de Lizaur; «La inocente y cierta historia de la cándida letra~impresa y su olvido de ‘lo normal’», Humanidades de la UNAM # 208 [2001], págs. 3 y 8.

Actualmente disponible en (repositorio):  http://www.mejoresmedios.org

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