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Por Blanca de Lizaur, PhD, MA, BA, Especialista en contenidos.

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Para gente de medios Para: Revista

Poco a poco, ¡UNO SE ACOSTUMBRA A (CASI) TODO!

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En México hay eminencias reconocidas internacionalmente.  Una de ellas, y egresada por cierto de nuestra universidad (la UNAM), es el inventor de la solución polarizante de Sodi, empleada habitualmente en los hospitales del mundo entero.  Obviamente, me refiero al doctor Demetrio Sodi Pallares, que en paz descanse.

Y todas sus investigaciones, teorías y éxitos terapéuticos, tienen como base una misma idea:  La certeza de que, metabólicamente hablando, el exceso de iones de sodio intracelulares, reduce las posibilidades del cuerpo de reaccionar adecuadamente contra la enfermedad.  O dicho más claramente:  Comer tanta sal como acostumbramos, es malo para la salud.

Una evidencia:  A Kenia llegaron la medicina occidental y el estudio sistemático de las enfermedades, mucho antes de que llegase la dieta occidental.  Antes de su arribo y difusión, la población acostumbraba consumir alrededor de 1 gr. de sal al día, así como alimentos bajos en sodio;  en el momento en que la dieta occidental  se popularizó, sin embargo, aparecieron los primeros casos de hipertensión e infarto registrados en los anales médicos locales.

Otra evidencia: Las células cancerosas presentan mayores concentraciones de sodio intracelular que las células sanas.  Reduciéndolo y activando otros resortes metabólicos, el doctor Sodi ha logrado revertir cánceres terminales (particularmente de huesos), como consta en numerosos artículos y libros.

¿Por qué hablo de él, en una columna dedicada habitualmente a la literatura popular?  Porque, hasta cierto punto, es posible trasladar sus descubrimientos médicos al campo de la literatura… El Estudio nacional de violencia televisada (de los Estados Unidos),  acaba de publicar los resultados del segundo año de investigaciones.  ¿Conclusiones?:  El número de programas con violencia aumentó del 58 al 61 por ciento.

Para los espectadores es difícil percibir un incremento anual tan pequeño, ciertamente;  pero si la tendencia se mantiene constante, ésta puede alcanzar proporciones escalofriantes con el paso del tiempo, como demuestra la experiencia.

Es un hecho que los programas actuales llegan a extremos a los que no llegaban los de hace quince años.  Y si no lo hacían, es porque habrían perdido ventas si hubieran tratado de golpe, de alcanzar los índices actuales de violencia ─por ejemplo─.  Las consecuencias saltan a la vista, como ya cité en Humanidades # 87, 91 y 138:  Los estudios científicos y estadísticos han coincidido en relacionar la creciente violencia de la sociedad, con las obras transmitidas por los «medios» de comunicación (tomando éstos como factor decisivo mas no único, naturalmente) ─de esto volveremos a hablar más adelante─.

Estudiosos que laboran para organismos internacionales  han relacionado la creciente violencia de los medios, de hecho, no sólo con el aumento de criminalidad, sino también con la creciente violencia intrafamiliar y escolar. Y como señalamos en el número 138, también es posible suponer una relación entre el notable aumento de madres-niña (menores de quince años) en nuestro país, y la «apertura» de contenidos en los medios, autorizada por RTC [Radio, Televisión y Cinematografía, organismo del Ministerio mexicano del Interior, que regula y supervisa los contenidos de los medios de comunicación].

El morbo, como recurso narrativo, tiene un comportamiento semejante al del sodio como elemento de nuestra dieta.  El morbo (como dijimos en Humanidades # 101)  se caracteriza por la transgresión de límites socialmente aceptados; y si bien es llamativo por definición, generalmente es rechazado por el público mayoritario en las obras populares, como demuestran las estadísticas de consumo  ─rechazado, siempre que su presencia sea lo bastante exagerada como para que éste pueda percatarse conscientemente de ella, o más bien dicho: del abuso malsano de ella (Humanidades # 93 y 103)─.

De la misma manera como uno se acostumbra a comer cada vez con más sal, uno llega a habituarse a la exposición constante de escenas crudas, transgresivas ─el receptor se «desensibiliza» (insensibiliza), como comprueban los estudios científicos─; y llega a echarla en falta cuando las obras no están tan «saladas» como de costumbre.  Pero, ¿ha sido esto siempre así?

Recuerdo la primera tragedia griega ─clásica─  que leí en mi vida, Edipo.  El protagonista perdía los ojos en un determinado momento, y sin embargo, la obra omitía mostrarlo explícitamente.  Repentinamente, el protagonista aparecía en escena con parches en los ojos, y explicaba al público en tono lastimero lo que le había ocurrido.  Sus palabras tenían el propósito de conmover al público  llamando su atención sobre las consecuencias terribles de la ceguera, en vez de llamarla sobre el acto mismo de la mutilación.

Para los griegos, lo morboso ─lo visceral─ debía tener lugar «fuera de la escena», porque sólo un mal autor buscaba llamar la atención tan burdamente.  Esto dio origen a la palabra «ob-scena / ob-sceno», que con el correr del tiempo ha adquirido una connotación moral que no tenía en su origen.

Muchos siglos después, hemos venido a descubrir lo acertado de su actitud:  El director del departamento de comunicaciones de la Universidad de Stanford (Donald F. Roberts) ha hecho notar que, el único anuncio de servicio social televisado, que logró convencer a «menores infractores» (criminales condenados, que son menores de edad) de no reincidir en sus conductas delictivas, fue el que mostraba  las consecuencias sufridas por los familiares de uno de ellos (seminario, 26 de noviembre de 1996, Univ. Anáhuac).

Hacer menos uso de la sal, constituye un reto para un cocinero creativo:  En su lugar puede usar el chile, el limón, el ajo, la cebolla, el perejil, la yerbabuena, la canela, el vinagre, el pimentón o páprika, el tomillo, la albahaca, el romero, el laurel, el tomate…  Hacer menos uso del recurso «fácil»  (ya que cualquiera puede llamar la atención visceralmente),  es igualmente un reto para el escritor. O, ¿acaso vamos a ser menos que los grandes dramaturgos griegos…?

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Fuente de la ilustración: Banco de imágenes DreamsTime.com (© Ramon Grosso)

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ARTÍCULO PUBLICADO ORIGINALMENTE EN

(DATOS BIBLIOGRÁFICOS/HEMEROGRÁFICOS/VIDEOGRÁFICOS DE LA FUENTE):

Blanca de Lizaur;  «Poco a poco… Uno se acostumbra a todo», Humanidades de la UNAM # 145 [1997], págs. 1 (portada) y 12.

Actualmente disponible en (repositorio):  http://www.mejoresmedios.org

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